miércoles, 7 de agosto de 2013

El superhéroe y la mitificación narrativa



Eduardo Santiago Rocha Orozco


El superhéroe es una forma del imaginario que se identifica sin dificultad con el mito, porque el mito es, en sí, una preconcepción fija, un relato que se conoce de antemano y que implica todo un proceso histórico para alcanzar a tener sus propios elementos fundamentales; de ese modo conserva una serie de símbolos que conforman una tradición iconográfica. Al día de hoy la imagen del superhéroe está estrechamente arraigada en la cultura popular, tanto así que una persona, sin nunca haber leído un comic, puede reconocer los atributos principales de uno entre los muchos personajes de este nuevo panteón occidental. 

Desde luego, hay que matizar esta dimensión mitológica. Un concepto que Eco propone para tratar esta problemática es el de «mitificación», el cual define como: 


Simbolización inconsciente del objeto con una suma de finalidades no siempre racionalizables, como proyección en la imagen de tendencias, aspiraciones y temores emergidos particularmente en un individuo, en una comunidad, en un período histórico (1)

A manera de hipótesis, en el contexto de la época moderna, se podría especular que el nacimiento del superhéroe responde a la necesidad de proyectar en el imaginario una figura divina, no la de un dios hecho hombre sino la de un ser humano hecho dios, como si una pequeña porción del antropocentrismo extremo de Nietzsche se presentara de forma más digerible. El superhéroe, como toda buena ficción, terminó aceptándose pese a una gran resistencia inicial. 


Los personajes (…) si poseen una funcionalidad gratificadora en relación con las expectativas latentes en su tejido social, prosperan y se consolidan. En caso contrario se mueren. Las ficciones no se imponen al público, sino que se proponen (2)

El superhéroe de cómic prosperó al fusionar dos discursos: el de la obra novelística y el del relato mítico. He aquí la unión de dos naturalezas opuestas, pues el mito se concibe como la creación de una voz colectiva, el constructo de una cosmovisión a través de la tradición oral; la novelística, por otro lado, se asocia inevitablemente al concepto de autoría, el reconocimiento de la subjetividad fijada en un discurso que pretende sobrevivir como vestigio de la voz específica de alguien. 

La historia del superhéroe de comic, está a medio camino de ambas formas de hacer discurso. Eco explica que el superhéroe es el resurgir del personaje mítico pero en la civilización de la novela (3). En primer lugar, porque es una narración continua; el cómic se entrega de acuerdo a una periodicidad, igual que la novela de folletín, sin embargo, la creación del superhéroe trasciende a las personas que en primera instancia firmaron sus aventuras; de modo que hay una tradición de dibujantes y guionistas que van sucediéndose la dirección de determinado personaje; es una construcción colectiva, no tiene un autor definitivo; cosa que, en este caso, no impide la distinción de ciertas firmas, ya sea por marcar una época sobresaliente o de calidad cuestionable. La convivencia de la tradición novelesca y mítica permite que eso sea posible. 

Otro aspecto a considerar es que el superhéroe de historieta se ve inmerso en una serie de acontecimientos cíclicos, en un constante movimiento entre el ir y venir con el que se explotan su posibilidades en diferentes contextos, de modo que se desenvuelve un ambiente de atemporalidad. 


(…) se desarrollan en un clima onírico que pasa inadvertido para el lector. En ese clima es sumamente difícil distinguir que ha sucedido antes de que se iniciara la historia, y los guiones pueden reiniciar una y otra vez la narración de aventuras de los superhéroes, con la posibilidad de presentar en un mismo comic, en tres distintas aventuras, a Superniña a Supermuchacho, y a Superman, sin que esto trastorne la lógica del mito del superhéroe (4)

Esta atemporalidad los determina desde su construcción, hace que el personaje sea inconsumible y al mismo tiempo consumible en una existencia cotidiana. La lectura crea una mecánica iterativa que despierta un gusto por la anticipación de las situaciones; el esquema iterativo funciona como un elemento primordial en la relación lúdica lector-relato (5). Esta atemporalidad convierte al cómic en una narración continua que está contantemente actualizándose y difundiéndose a las nuevas generaciones. Los personajes se vuelven inmortales, su ficción se vuelve «infinita», (más bien inabarcable para un solo lector). El lector sólo puede aspirar a conocer el discurso de manera fragmentaria. El fenómeno mismo de la lectura de un cómic se relaciona al tiempo de lo divino. 

Lo divino se manifiesta en un no-tiempo, cuando las medidas se anulan; el tiempo deja de transcurrir, no puede medirse y sólo se reconoce externamente cuando ha transcurrido ya por su ausencia. Ese no-tiempo se reconoce como momento nebuloso (6). El no-tiempo es propio de lo divino y de la ficción, no sólo porque un enunciado fijado en papel puede sobrevivir por siglos. Toda ficción, «incluso contada en pasado gramatical, es, ontológicamente, el presente» (7). El discurso ficticio y Dios no están atados al tiempo ni al espacio y en ello se distingue su distancia respecto a la realidad porque más allá de un soporte físico existen en un imaginario. 

Un aspecto en el que la figura de Dios y el superhéroe se distancian, es el delirio que se crea en la relación del ser humano con lo divino, este delirio es el de persecución. «El hombre, lejos de sentirse libre, se sentía poseído, esclavo, sin saber de quién. Porque se sentía mirado y perseguido. Detrás de lo sagrado, se prefigura un alguien, dueño y posesor» (8). Con la modernidad, en apariencia, este censor supremo y la censura debían haber desaparecido; sin embargo el hombre aún está lejos de sentirse libre. Antiguamente el hombre buscaba a Dios en las estrellas deslumbrado por esas luces que, sin saber porque, estaban sobre él como si le observaran; en la modernidad las cosas cambian. Se asimila que las estrellas están ahí independientemente del ser humano, la razón y el psicologismo convierten a Dios en un constructo interiorizado, en una cultura con todos sus símbolos y tabúes. Entonces la vista se torna hacia el interior del individuo, a una entidad que Freud llama «superego». El delirio aún existe, pero pasó de ser una persecución a una auto-censura, los valores paternales.

La doble identidad del superhéroe podría interpretarse como esta inquietud persecutoria, la identidad civil se ve sometida a la vigilancia y voluntad de la otra parte. La mayoría de los superhéroes tienen esta la temática del Doppelgänger, pero un rasgo distintivo es que esta dualidad de egos no es la exteriorización de los aspectos negativos de una persona, no obstante, si de «su culpa o de lo reprimido que se escinde en el espacio exterior como un yo autónomo, atormentando con su presencia al sujeto» (9) en el caso del cómic de superhéroes tenemos que, por lo general, la identidad civil tiene que privarse de satisfacer sus deseos mundanos con tal de cumplir con la misión de su alter ego. 

Este delirio persecutorio del creyente esconde, de manera inevitable, una idea narcisista, pues la misión única y exclusiva de Dios es vigilar, premiar y castigar; así, incluso la más mínima acción del creyente se vuelve significativa, digna de un juicio y por lo tanto de una reprobación o un consentimiento. La idea de ser vigilado esta unida de manera intima con el deseo de recibir la mayor compasión y ser reconocido por el censor, de ahí surge la nostalgia por el edén, del deseo de recibir una compensación después de una vida de privaciones. En el delirio del superhéroe estas dos inquietudes se transforman. En la persecución de un alter-ego también hay un delirio de grandeza, el superhéroe es un «héroe meritocrático» (10), un cúmulo de virtudes ideales desde físicas, intelectuales y sensuales, de modo que presenta un personaje duro atractivo e inconquistable. El superhéroe nace en plena depresión como un consolador social. «Desde un punto de vista psicoanalítico, el superhéroe es un «fantasia de omnipotencia» propia del pensamiento infantil» (11)


Con un obvio proceso de identificación, cualquier accountant de cualquier ciudad americana alimenta secretamente la esperanza de que un día, de los despojos de su actual personalidad, florecerá un superhombre capaz de recuperar años de mediocridad (12)

Es así que aún cuando el héroe mitificado no es una divinidad, también ofrece una promesa de redención, no en un cielo pero si en una especie de paraíso terreno. El superhéroe se presenta como un modelo ideal de civil pero superdotado, su supremacía se racionaliza (salvo algunos casos) y el origen de su omnipotencia tiene que ver con una razón verosímil para un mundo cientificista, cosa que en cierto modo le permite al lector tener una empatía por el personaje. El superhéroe no tiene un papel de creador del mundo, aunque tenga el poder para hacerlo, su papel es más discreto y se reduce al de ser un individuo que le brinda servicio a su comunidad. En sí, todas sus proezas proyectan lo que universalmente (por no decir para sociedad occidental) son los buenos valores. 

El superhéroe es ante todo un producto para las masas, creado de un imaginario populista que lo determina y consensua. Si recordamos el ensayo de Eco, El superhombre de masas, vemos que esta tendencia demagógica proviene de la novela folletinesca. Un tipo de novelística incapaz de liberar una crisis sin darle una solución, ante todo está la necesidad de traer paz al lector; a esto, Eco le llama la estructura del consuelo, que en gran medida se resume a la idea de que el bien debe triunfar sobre el mal, «independientemente de que el desenlace rebose felicidad o dolor» (13). Esta estructura del consuelo adelgaza las posibilidades de la ficción, el discurso se vuelve dogmatico y moral, no pone en crisis los valores, las preinterpretaciones del bien y el mal se mantienen y, en mayor o menor medida, se da una propensión al kitsch. Así el superhéroe se debate entre dos naturalezas la de ser una figura dogmática que proyecta los valores de una sociedad o la de ser una ficción que juega a rasgar y destruir las certezas.


NOTAS

1. ECO, Umberto, Apocalípticos e Integrados, España, Lumen, 1984. p. 249. 
2. GUBERN, Román, Máscaras de la ficción, Anagrama, España 2002, p. 9. 
3. ECO, Umberto, Op.cit., pp. 260-266. 
4. ALFIE, David, «Semiología del comic», El comic: es algo serio, Eufesa, México 1982, p.51. 
5. ECO, Umberto, Op.cit., p. 283. 
6. ZAMBRANO, María, El hombre y lo divino, FCE, México 2001, p. 40. 
7. KUNDERA, Milan, El telón, Tusquests, México 2005, p. 25. 
8. ZAMBRANO, María, Op. cit., p. 33. 
9. GUBERN, Román, Op. cit., p. 20. 
10. Íbid, p. 117. 
11. Íbid, p. 289. 
12. ECO, Umberto, Op. cit., p. 259. 
13. ECO, Umberto, El superhombre de masas, Debolsillo, México, 2005, p. 76.