Gonzalo Lizardo
En su Diccionario de Filosofía, Niccola Abagnano define a la eudemonía (εὐδαιμονία) como sinónimo de aquella felicidad que «algunas escuelas consideran principio y fundamento de la vida moral» (1). Para Ferrater Mora, puede traducirse literalmente como «la posesión de un buen demonio» (2), y para Ortiz Osés significa «estar bien con los “propios demonios” asumidos» (3). Si se trata de Hermes, en tanto daemon de la interpretación, la eudemonía nos induce una explicación feliz, aunque provisional, de todas las cosas, otorgándole un sentido al cosmos, el cual así revela su integridad y su armonía: una integridad que trasciende a la suma de sus partes, y una armonía que va más allá del bien y del mal, de la vida y de la muerte: un dominio donde las cosas aparecen bajo una luz distinta a la habitual y «cuya imagen divina es Hermes» (4).
Hay en la película Espartaco, de Stanley Kubrick, una secuencia que escenifica admirablemente este concepto.
Durante una pausa de la campaña militar que emprenden contra Roma, el mago y poeta Antoninus le señala a Espartaco que no quiere divertir con magia ni canciones a los soldados, sino pelear como ellos por su libertad. Una vez que está a solas con su amada Varinia, el jefe rebelde se pregunta, extrañado: «¿Quién diablos quiere pelear? Un animal puede aprender a pelear; pero cantar cosas hermosas, y hacer que la gente las crea, ¿quién?» Varinia no entiende su desasosiego, y Espartaco intenta explicarlo: «Yo soy libre. Y sin embargo, ¿qué es lo que sé? No sé nada, ni siquiera leer». Ella entonces insiste:
—¿Y qué es lo que quieres saber?
—Todo. Por qué las estrellas caen y los pájaros no. A dónde se va el sol cuando anochece. Por qué la luna cambia de forma. Quisiera también saber de dónde viene el viento.
—El viento comienza en una caverna, en el lejano norte. Ahí duerme un joven dios, que sueña con una muchacha. Él suspira, y el viento de la noche surge de su aliento.
Escuchando la explicación de Varinia, el gladiador ríe, conmovido por esas palabras que, amorosas, le han revelado uno de los misterios que lo inquietaban: aunque ahora pueda parecernos risible, la explicación satisface a Espartaco no por su apariencia de verdad, sino por la bella eficacia con que fue expresada. Además de proponer un vínculo entre el ansia de libertad y el anhelo de conocimiento, este episodio habla, de manera explícita, sobre la urgencia de la poesía en un mundo en guerra. En busca de darle un sentido a la violencia y al dolor, los hombres se han atenido menos a la razón y a la ciencia que a la imaginación poética, a los rituales místicos, a las corazonadas, a los sueños, a la magia o a la charlatanería. Pero casi siempre lo han hecho para procurar la risa de Espartaco: la eudaimonía aristotélica, la beatitud tomista, la epifanía joyceana: el soplo de Hermes que nos arroba en los momentos hermosos o nos consuela en la desgracia. Escondido entre la magia y los versos de Antoninus, o tras la voz de Varinia, el soplo del dios sobre Espartaco lo ha inducido a «leer» su propia circunstancia, a descifrar el sitio que ocupa en el universo, a descubrir mediante la alquimia del verbo que, si bien ahora es tiempo de luchar, pronto le será concedido el tiempo para saber, el tiempo para ser libre, el tiempo para amar.
Absortos en ese estado de gracia que el daemon hermético les ha proporcionado, Espartaco y Varinia pueden entonces abismarse en el amor: como si quisieran repetir el milagro de Salmacis y reintegrar con su abrazo al andrógino mítico, símbolo fugaz pero bienaventurado de la integridad primera.
Antoninus (Tony Curtis) y Espartaco (Kirk Douglas) en Espartaco, (Stanley Kubrick, 1960).
NOTAS:
1. ABAGNAGNO, Niccola, Diccionario de Filosofía, fce, 4ª edición, México 2004, p. 435.
2. FERRATER MORA, José, Diccionario de Filosofía, Ariel, 1ª edición revisada, Barcelona 1994, p. 1153.
3. ORTIZ-OSÉS, Andrés, Mitología cultural y memorias, Anthropos, Barcelona 1987, p. 279.
4. KERÉNYI, Karl, Hermes guide of souls, Spring Publications, 13th printing, Putnam 1976, p. 31.
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