miércoles, 6 de enero de 2010

La espada de Juana contra la navaja de Ockham


Gonzalo Lizardo



Ante cualquier texto o signo que el mundo ofrece, cada lector establece conjeturas más o menos viables para interpretarlo, aunque no siempre se detenga a meditar hasta qué punto puede corroborarse la pertinencia o la falsedad de dichas hipótesis. Desde Aristóteles hasta la Lógica Moderna, pasando por la Escolástica, se han formulado mecanismos formales —como la deducción o la inducción— para contener el dispendio subjetivo de nuestras conjeturas. En nuestros tiempos postmodernos, tanto la Hermenéutica como la Semiótica han apostado por un método al que se conoce como abducción, y que puede ser definido como «un procedimiento de prueba indirecta, semidemostrativa […] en el cual la premisa mayor es evidente, la menor en cambio es sólo probable o de todos modos más fácilmente aceptada por el interlocutor que la conclusión que se quiere demostrar»[1].

Aunque este método fue desarrollado desde Aristóteles, fue el filósofo norteamericano Charles S. Peirce quien lo refinó, hasta convertirlo en una herramienta muy adecuada de exégesis textual. De hecho, la especificidad de dicho método sólo se evidencia al ser contrastado con sus contrapartes. Para expresarlo con una metonimia, el saber Escolástico era esencialmente deductivo —pues a partir de unas cuantas leyes emanadas del dogma, se pretendía deducir la infinita variedad de la creación—; a contrapelo, el saber Ilustrado privilegió un método inductivo —el cual anhelaba inducir leyes a partir de la inagotable diversidad del ser y del tiempo. Ante estos dos saberes, ansiosos por formular verdades eternas y universales, la Hermenéutica sólo cuenta con un saber abductivo como la vía más sensata —y modesta— para comprender, de manera precaria y aproximativa, el sentido del mundo y los libros concretos.

Pero si el método abductivo acepta conjeturas más o menos probables, necesita establecer algunos criterios que le ayuden a valorar los distintos tipos de hipótesis que pueden ser formuladas. Luego de aceptar que la abducción «parece más un movimiento libre de la imaginación alimentado por emociones (como una vaga “intuición”) que un proceso normal de descodificación» [2], Umberto Eco propone una taxonomía bastante económica, basada en cuatro tipos generales, de acuerdo el grado de dificultad que debe superar el intérprete para demostrarlas o refutarlas: la hipercodificada (aquella donde la conjetura se demuestra con el mínimo esfuerzo interpretativo), la hipocodificada (o aquella que requiere elegir entre varias hipótesis equiprobables), la abducción creativa (aquella donde el intérprete convierte la conjetura en ley) y la meta abducción (aquella que, por sus implicaciones, modifica la visión del mundo de quien formula la abducción) [3].

Una escena de la película Juana de Arco (Luc Besson 1999) plantea con claridad esta taxonomía. En ella vemos a la santa francesa (Milla Jovovich) mientras aguarda en su celda la sentencia que la conducirá a la hoguera. Rezando un padrenuestro, la doncella invoca las «visiones» que suelen aconsejarla. En lugar de Dios o de un ángel, se apersona ante ella un monje anónimo e impasible (Dustin Hoffmann): un anciano que para colmo no ha venido a aconsejarla, sino a cuestionar su capacidad abductiva: a hacerle ver con qué ligereza ha interpretado las «señales» que Dios, presuntamente, le había remitido. En específico, se refiere a esa espada, tirada en el campo, que Juana quiso interpretar como una orden divina:



De inicio, el monje imagina cinco conjeturas que pudieran explicar la presunta señal: 1) la espada se le cayó a un jinete, sin que él lo notara; 2) la espada pertenecía a un hombre que fue asesinado durante un duelo; 3) la espada fue arrojada por un hombre que huía de sus adversarios y quería aligerar su fuga; 4) la espada la soltó un hombre al ser asesinado por un arquero; 5) la espada fue abandonada por un hombre que, sin motivo aparente, se cansó de ella. De acuerdo con las definiciones de Eco, las cuatro primeras son hipercodificadas: si comprendemos el contexto de violencia que caracterizaba a la Edad Media, las cuatro explican, de manera casi automática, la inusual presencia de una espada tirada sobre el campo. En contraste, la quinta abducción pertenece al grupo de las hipocodificadas, pues requiere explicaciones adicionales: ¿por qué motivo ese hombre se deshizo de su arma?, ¿por un conflicto moral, por flojera, por locura?, ¿o simplemente decidió convertirse en eremita, como San Julián, o en libertino, como Gilles de Rais?

Parece irrefutable, en consecuencia, el reclamo del monje: entre las infinitas conjeturas que pudiera haber imaginado para explicar el fenómeno, resulta absurdo que ella eligiera la sexta explicación, la más inverosímil: que la espada le haya sido entregada por Dios para que Juana, cumpliendo las profecías, liberara a Francia del dominio inglés.

Al comprometerse con ese designio, Juana no ha hecho sino formular una abducción creativa que así podría resumirse: «Esta espada es una señal divina; yo me encontré esta espada; ergo, yo he recibido una señal divina»… lo cual no demuestra que la espada en el campo sea una «señal», sino que lo presupone sin mayor análisis. Este silogismo es tan débil que el monje lo refuta con un artilugio escolástico muy simple: el principio de economía conocido como «la navaja de Ockham», según el cual, entre varias explicaciones posibles el sujeto debe elegir siempre la que explique el mayor número de fenómenos de la manera más «económica» posible… lo cual no demuestra que Juana esté equivocada: tan sólo señala que su abducción es demasiado complicada para ser verdadera.

Como sea, el monje aprovecha el desconcierto de Juana para proponerle una meta abducción: una conjetura de segundo grado que pone en tela de juicio la visión del mundo que configuran las disparatadas conjeturas de la joven doncella. «Viste lo que querías ver», sentencia, acusándola de cometer un error muy frecuente entre aquellos que se dejan cegar por sus propios complejos, prejuicios o fantasmas… Una confusión muy válida si consideramos que la crédula Juana habita un mundo regido por la Fe: un mundo en crisis, donde cada cosa es una señal, un signo que expresa el impenetrable designio de Dios. El escéptico monje representa, en cambio, un mundo por venir: el mundo de la Razón, donde las cosas no son sino cosas, y no tienen sentido sino como causa o consecuencia de una cadena de causalidades.

Desde la perspectiva del monje, Juana se equivoca juzgando los profanos sucesos de este mundo como signos, visiones, mensajes divinos. Lo cual parece muy sano y muy sensato, excepto si lo analizamos desde la perspectiva de Juana, pues para ella el monje no es sino aquello que él mismo intenta refutar: una visión que la conmina a no dejarse engañar por las visiones. La joven prisionera se encuentra atrapada por una paradoja: para acatar el consejo del monje, debe desoír sus consejos, pues si los acata, estará recayendo en su viejo error, interpretando como «mensaje divino» las palabras de un monje cualquiera, mundano y falible. No debe extrañarle al espectador, por lo tanto, que Juana decida desoír los sensatos cuestionamientos del monje y permanezca fiel a sus abducciones, por muy creativas y descabelladas que pudieran parecer.

Ciertamente, si se hubiera conformado con las inofensivas abducciones hipercodificadas que la Razón le aconsejó, tal vez hubiera evitado la hoguera: no se hubiera equivocado jamás, pero tampoco hubiera sido santa, ni hubiera puesto en jaque a los ingleses. Para ciertos intérpretes, como Juana, vale más cometer un heroico error que conformarse con una pusilánime certeza.

NOTAS:

[1] ABBAGNANO, Nicola, Diccionario de Filosofía, FCE, 4ª edición, México 2004, p. 21.
[2] ECO, Umberto, Tratado de semiótica general, Lumen, 5ª Edición, Barcelona 2000, p. 208.
[3] ECO, Umberto, Los límites de la interpretación, Lumen, 2ª Edición, Barcelona 1998, pp. 263-264.


5 comentarios:

Carmen Fernández Galán Montemayor dijo...

Muy interesante la manera de mostrar como los "errores" exegéticos pueden definir el curso de la historia, es decir, cómo las interpretaciones responden más a voluntades que a razones. Creo habría sólo que precisar más la diferencia entre la abducción o retroducción en tanto su relación con los "métodos" de la hermenéutica, y respecto a la inducción y a la deducción, que también juegan un papel importante en el conocimiento.

rolando aqui de nuevo dijo...

No voy a mentar màs a Eco, excepto para decir que no lo he leìdo. Pero si me referire a Charles Sanders Peirce, o, mejor aùn, a la versiòn que en mi queda de su "abducciòn". La lògica deductiva se desarrollo en la vena aristotèlica durante la edad media, Descartes y sus enemigos los Newtonianos preferian comprometerse con un medio màs creativo de descubrimiento: la inducciòn. Lakatos denuncio que esto fue el resultado de su desconocimiento de la formalidad de la lògica porque no hay vàlidez formal en el procedimiento inductivo. Pero, y eso escapa a Lakatos, existe creatividad, creaciòn, algo màs que lo que ya contiene la proposiciòn (como en la deducciòn). La abducciòn americana, nacida del "trascendental club" formado por Peirce, Wright, Holmes y William James, no pretendìa ser solo un procedimiento de descubrimiento, sino una guìa de conducta en la vida avenida a las posturas del "pragmatismo" o "empirismo radical". Esas posturas establecian un procedimiento de prueba y error que retroalimentaba al individuo. La abducciòn es precisamente esa retroalimentaciòn: la verdad es, en definitiva, una cuestiòn que se resuelve en la vida pràctica, la verdad de una proposiciòn es, digamoslo asì, su exito en la pràctica, y su falsedad es el fracaso en la pràctica. Entendamos por pràctica la vida cotidiana de los individuos o grupos o naciones.
La abducciòn, al ser reconstruida (por ejemplo,Atocha Aliseda ofrece un diagrama del procedimiento abductivo)formalmente, deja de lado esos aspectos: tomanos una proposiciòn p de cuya verdad nada sabemos, conjeturamos que es verdadera en funciòn de otra proposiciòn H, no deducible de p y quizà no inductivamente validable (por instancias calificadas, por frecuencias conjuntas, por concomitancia de situaciònes, por la "uniformidad de la naturaleza") pero que, de algùna manera, procede de la pràctica previa e incontrolada del sujeto (constructivismo ràdical si quieren). Esa H, de triunfar, es resultado de la abducciòn...

rolando aqui de nuevo dijo...

Hace pocos dìas estaba en la noche jugando con el control de la tv y descubrì, en un canal que no puedo identificar en mi memoria, precisamente esa pelicula de Luc Besson. No concuerdo en que Juana haya desobedecido al monje, el monje solo le propuso reflexionar y mediante esa reflexion aminorar la soberbia que se apoderaba de Juana. La lleva a la duda, a dudar de su posiciòn como la elegida por el señor para realizar su labor, por momentos, pensaba en el libro de Job, cuando Dios le recalca: "¿DONDE ESTABAS TÙ CUANDO YO FUNDABA LOS CIELOS Y LA TIERRA?. Obviamente, ante la causa ùltima e inaccesible de la naturaleza somos nada, o menos que nada...y eso es lo que Juana comprende, o creo yo que comprende: la fe tiene por sustancia las cosas que esperamos, no las cosas que tenemos...

Gonzalo Lizardo dijo...

Rolando: antes que nada, gracias por tus comentarios, siempre lúcidos. Tienes razón: Juana no desobedeció al monje porque el monje no le ordenó nada. Lo que hizo Juana fue desoírlo: desdeñar el llamado implícito que el monje le hacía para que asumiera una posición más sensata, menos soberbia. Tomaré en cuenta tu observación para corregir la entrada. Gracias.

Respecto a tu comentario sobre la naturaleza de la abducción en Peirce, me encantó. ¿Por qué no trabajas el comentario, con sus notas de referencia, etc.) para que lo publiques como entrada en nuestro ficcionario? Nos encantaría contar con tu colaboración... además, cuando dices que las posturas de Peirce y los pragamatistas "establecían un procedimiento de prueba y error que retroalimentaba al individuo. La abducción es precisamente esa retroalimentación", me parece que esa retroalimentación puede relacionarse con el famoso círculo hermenéutico, que también es un proceso de prueba y error...

¡Saludos!

rolando aqui de nuevo dijo...

Tomarè en cuenta lo dicho, y enviare el comentario con la solicitada erudiciòn...