Sergio Alejandro Aguillón-Mata [1] 

Nuestras clasificaciones, aun si exhaustivas, están condenadas a la  generalización arbitraria y a la insuficiencia. Tanto más si sus  herramientas, palabras en nuestro caso, se vuelcan sobre sí mismas. Al  traer una palabra para explicar otra, abrimos la brecha entre nosotros y  lo otro: tal es la verdadera expansión del universo, o la que nos  compete ya, directamente. Decir literatura en segundo grado es, por  tanto, quedarse corto. La literatura se desarrolla siempre en ulteriores  grados, inclasificables: las obras clásicas están siempre por venir; el  libro del futuro está ya ahí, en ellas. Un ejemplo al azar: Gérard  Genette escribe en 
Palimpsestos (
Palimpsestes, 1982)  que 
“Joyce cuenta la historia de Ulises [personaje, u Odiseo] de manera  distinta que Homero y Virgilio cuenta la historia de Eneas a la manera  de Homero: transformaciones simétricas e inversas”,
[2] pero esta sentencia  sagaz ha de quebrarse tras cualquier evaluación frente a los textos. En  realidad, el ejemplo de Genette se refiere a tres historias, la de  Ulises, la de Eneas y la de Leopold Bloom, contadas de tres maneras  distintas, la de Homero, la de Virgilio y la de Joyce, pese a las  convenciones genéricas. Pero he ahí que no es posible establecer un  consenso sobre, por ejemplo, cuál es la manera de Homero o incluso quién  o qué es Homero. Si el estilo es la textualidad, en casos como el del  primer poeta, de qué textualidad hablamos. Y las preguntas sólo se  acumulan: qué otros textos interfieren entre las relaciones que señaló  Genette—pienso por ejemplo en los textos que median entre 
Odisea y 
Eneida (y entre 
Odisea y 
Ulises)  y que dotan a Homero de autoridad frente a Virgilio. En suma, el  esquema de Genette es a una verdadero y fallido por incompleto. Pero tal  imperfección es fatal, es irreparable. Al mismo tiempo, desde que  Genette no se interesa por establecer una verdad sobre las obras en  cuestión sino sólo por valerse de ellas para establecer una verdad sobre  las relaciones entre textos literarios—es decir: no habla de las cosas  sino del discurso de La Cosa—, puede juzgarse también falaz, en otras  palabras: su argumento es consciente de sus propios límites, aunque no  los menciona. Vemos ya en un solo ejemplo problemas de apreciación  estética—reducir el modo de Virgilio a la imitación del modo de Homero—,  problemas lógicos—A no es igual a B más C o, de la suma entre 
Ulises y 
Eneida no sigue 
Odisea—,  problemas metodológicos que devienen epistemológicos—generalización de  unos elementos y omisión de otros pertinentes—y, por último, acaso  problemas éticos—falacia por omisión. Vemos en suma toda la filosofía  rota en un ejemplo más bien celebrado de Gérard Genette. Y sin embargo,  he insistido en llamar al suyo un ejemplo dotado con verdad. Las  respuestas provisionales son también respuestas. La legitimidad de la  pregunta—cómo establecer relaciones intertextuales—más el ejercicio  intelectual que supone la respuesta—en este caso, no sólo el ejemplo  citado sino el libro 
Palimpsestos—hacen del ejemplo de Genette  uno legítimo, del mismo modo que es legítimo, aunque caduco, el sistema  geocéntrico de Claudio Ptolomeo o del mismo modo incluso que las  modernas teorías sobre el origen del universo son legítimas y,  fatalmente, caducarán.
Ítalo Calvino ha dicho que el lector sabe más que el autor, porque  pertenece al futuro. No parece cierto si comprendemos que saber más—o  saber mejor—no se relaciona con tener más respuestas sino con tener más y  mejores preguntas. Un individuo de nuestro tiempo puede saber más que  un viejo sofista, pero la gran mayoría de nosotros, dependientes de un  conocimiento que reposa en el interior de nuestros computadores,  contradecimos la sentencia de Calvino. Sabemos menos y no nos incomoda  porque, al sospechar fácil acceso al Aleph en la red, no nos interesa  preguntar. La palabra “ignorar” tiene dos acepciones: una apela al  abastecimiento de información: no conocer o no tener noticia de; la otra  apela a la voluntad: hacer caso omiso. Quien ha errado no ignora y su  discurso, aun si fallido, contiene verdad. Esa verdad, con forma de  pregunta, lo define.
NOTA:
1. Ensayo tomado del blog "#SinLugar": http://sinlugar2010.wordpress.com/2010/09/22/2-6-nuestras-clasificaciones/
2. "Joyce raconte l'histoire d'Ulysse d'une autre manière qu'Homère,  Virgile raconte l'histoire d'Enée à la manière d'Homère; transformations  symétriques et inverses". GENETTE, Gérard, Palimpsestes. La littérature au second  degré, Colección Points, Essais, #257, Éditions du Seuil, Paris, 1982, p. 15.
 
3 comentarios:
la cita no viene de taurus; es mi versión del ejemplar "éditions du seuil", paris, 1982.
gracias por la inclusión.
Listo, joven. Corrección realizada.
En un texto haces énfasis en el problema de la clasificación y pones a Genette como ejemplo para señalar que su esquema es insuficiente o incompleto, por no decir fallido. Creo que las teorías son herramientas y todo depende del usuario, me explico, la propuesta de Genette sirve para pensar las relaciones entre textos en un momento en que el lector se vuelve el eje del sentido, como lo mencionas con Calvino. El concepto de literatura depende de esas relaciones.
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